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lunes, 8 de junio de 2009

UNA FAMILIA COMÚN

NO EXISTE IMAGEN QUE PUEDA GRAFICAR A UNA FAMILIA TAN COMÚN Y CORRIENTE COMO ÉSTA...


Érase una vez, en Elich, un país corto y ancho ubicado al centro del odnum, en el planeta Arreit, una pareja que vivía muy feliz, Sinforosa y Agapito. Se habían conocido hace veinte años en un Concierto de Rockpunkelectrónicocumbianchero y, desde ese día, supieron que eran el uno para el otro y no volvieron a separarse nunca más. Pololearon tres años y luego se casaron. Compraron una casa maravillosa, con una vista preciosa hacia las ventanas de los simpáticos vecinos del edificio de enfrente y disfrutaban muchísimo cada vez que salían al patio, miraban hacia arriba y se encontraban con los ojos de alguno de los más de 50 propietarios y arrendatarios del vecino edificio que miraban hacia su jardín y los saludaban amablemente… Se sentían muy acompañados.

Ella, una mujer de 40 años y él de 35, habían tenido dos hijos maravillosos. Gudondófila, de 16 y Simeón de 10 años. Este último tenía graves problemas para contener sus orines, pero a sus padres no les preocupaba mayormente, pues de alguna manera, sentían que era una forma de hacer honor a su nombre y agradecerles a ellos por haberlo llamado así… Ambos eran impactantemente feos como la noche oscura y con una impresionante tendencia a la flojera y a la estupidez. Sus padres gozaban yendo a las reuniones de apoderados del colegio de sus hijos, sobretodo cuando recibían sus libretas de notas pintarrajeadas casi completamente de rojo… Se sentían muy orgullosos de que sus hijos fuesen los últimos de la clase, aunque no podían entender por qué no les daban alguna condecoración. Además, sus pequeños aportaban muchísimo a su vida social, ya que cada uno había repetido cuatro veces los cursos y cada vez ellos conocían padres más jóvenes y divertidos.

Gudondófila, la regalona de papá, era muy popular entre sus compañeros, sobretodo entre los hombres. Le gustaba jugar con ellos al papá y la mamá, al Doctor y siempre pasaba horas encerrada en su habitación con varios de sus compañeritos... Al parecer lo pasaba muy bien jugando con ellos, pues salía despeinada, con las prendas fuera de lugar y coloradísima, al igual que sus amiguitos... gastaba mucha energía. Sus padres estaban muy orgullosos de ella porque a su corta edad, ya había sido madre cuatro veces, dándoles unos maravillosos nietos y preocupándose de que éstos fueran variados en apariencia y temperamento, ya que los cuatro eran de diferentes padres… Buenaza para ser madre era esta niñita, y no era para nada egoísta, compartía muchísimo con sus padres, dejándoles cuidar a los niños casi todas las noches… Se iba de farra para darle más tiempo a los abuelos para que los disfrutaran.

Simeón, aparte de marcar permanentemente territorio como los canes, habilidad reconocida como única por sus padres, amaba a su madre por sobre todas las cosas… Tanto la quería, que deseaba con todo su ser parecerse a ella. Muchas veces la observaba con ternura y admiración mientras se maquillaba y le gustaba salir los fines de semana con tacos y cartera. Sus compañeritos de clase lo adoraban, le tiraban flores, le silbaban y de vez en cuando lo sentaban en el basurero para que descansara con mayor comodidad… Que buenos recuerdos tendría de ese basurero Simeón en el futuro.

Para Agapito, Sinforosa era la mujer más bella de Arreit, tenía una bellísima figura, similar a una calabaza sin forma definida. Sus senos, cada vez más cercanos a su gran ombligo, que tenía a su vez, la forma de una amplia sonrisa, eran para Agapito como una obsesión, su joroba y el cototo que distinguidamente se asomaba por su frente eran el complemento perfecto de su peluda espalda, sus fláccidas nalgas y sus especialmente cortas y rodilludas piernas. A su vez, Sinforosa admiraba a Agapito tanto como el día en que se dio cuenta que estaba enamorada de él. Le fascinaba la extremada delgadez de sus extremidades y el sexy contraste que éstas hacían con su abultado vientre y con sus crecientes senitos de macho. Cuando veía su torso desnudo podía imaginar claramente en él la cara de un Gorila… Eso la hacía sentir tan afortunada y protegida.

Ambos trabajaban muy poquito fuera de la casa y ganaban muchísimo dinero, por lo que nunca les faltaba nada. Compartían las labores de la casa y habían contratado a una Asesora del Hogar para que los asesorara en los temas más complejos y, en definitiva, para tener a alguien más a quién regalonear y atender. Le dieron una habitación amplia, con baño en suite, tina con hidromasaje, aire acondicionado, TV Cable, teléfono desbloqueado incluso para llamadas internacionales y acceso a todo lo que pertenecía a la familia. Había que atenderla bien para que no se fuera.

Sinforosa amaba cuando su marido eructaba tras terminar sus comidas, era para ella la mayor expresión de gratitud y satisfacción que éste podía darle, y cuando el gesto era acompañado de un pedo, mayor era su alegría. También le gustaba el carácter lúdico que Agapito le daba a su vida, cada vez que jugaba a dejar la tapa del WC arriba, la toalla en el suelo y la tina repleta de pelos para que ella tuviera con qué jugar. Le encantaba además cuando él bromeaba haciéndole la desconocida frente a sus amigos mientras veía Fútbol, más aun cuando tomaban muchísima cerveza, gritaban y dejaban todo sucio. Eso era para ella una señal de que en esa casa se disfrutaba muchísimo.

Agapito amaba que su mujer con los años se hubiese vuelto más bigotuda, le gustaba jugar con esos largos y sedosos bellos cuando la besaba. Lo mismo le pasaba con las bellosidades axilares, que para él resultaban tremendamente excitantes. Le fascinaba además, que su mujer saliera con sus amigas, sobretodo cuando iban a bailar y se le pasaban las copas, le encantaba el olor a cigarro y a alcohol que traía impregnado en el cuerpo cuando llegaba.

Pero claro, no todo podía ser color de rosa. Preparando una vez las vacaciones de verano, mientras los nietos corrían desnudos y sucios por el jardín garabateando y escupiendo graciosamente a los vecinos del edificio de enfrente, Agapito se dio cuenta que su mujer ya no estaba tan hermosa como siempre… Había perdido al parecer varios kilos y estaba empezando a notársele algo parecido a una cintura y, al disminuirle la papada, comenzaba a asomarse también una cosa similar a un cuello. Asqueado con la imagen, pero intentando ser lo menos dramático y crítico posible, le dijo a su mujer - Amor, me parece que por alguna razón has adelgazado y no me gustaría que te sintieras mal, cuando en la playa, paseando con tu bikini, alguien pudiera comentar algo acerca de tu cuerpo. Creo que vas a necesitar comer más y consumir más grasas saturadas para redondear aun más tus ángulos y para volver a tener la celulitis y flaccidez que solías tener. Tú sabes que te amo y que te voy a querer aunque te veas delgada y curvilínea, pero lo hago por tu bien, por tu autoestima y por tu salud mental-. En un principio, Sinforosa no se sintió nada bien, tenía la sensación de haber sido criticada. Siempre había hecho lo posible por agradarle a él, evitaba lavarse los dientes, jamás se depilaba, e incluso a veces pasaba una semana completa sin bañarse para complacerlo… pero al parecer, nada era suficiente. Así es que le respondió –Mira Corazón, yo he hecho de todo para complacerte, pero tú también tienes la culpa de que yo haya adelgazado, porque como te encanta cocinar, te tomaste ese rol como personal y te has dedicado a preparar cosas que a mí no me gustan. Quiero volver a comer sesos, ojos de pescado y pulgas de mar-.

Agapito reflexionó y sintió que su mujer tenía razón. Se abrazaron amorosamente y llegaron a un acuerdo. El dejaría que Sinforosa volviera a cocinar y no se entrometería más en las labores del hogar para dejarle a ella la felicidad de atenderlo, siempre que ella se comprometiera a engordar y aumentar su celulitis, y le diera permiso a él para planchar todos los días. Gudondófila y Simeón se pegaban cabezazos entre ellos y se escupían riendo tontamente. Agapito y Sinforosa los miraron amorosamente y se sintieron orgullosos de haber formado una familia tan maravillosa, a pesar de lo común y corriente de sus vidas.