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PASABA

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domingo, 12 de julio de 2009

¿Quiénes fuimos?...



¿Recuerdan su Pubertad?… Nunca me ha gustado esa palabra y creo que tampoco es un período muy disfrutable… El cuerpo empieza a cambiar, las hormonas se desordenan y cada vez que uno se mira al espejo tiene algo distinto… Una gran espinilla nueva que adorna la frente, pelos donde antes no había, etc. Nada se ve armónico… Suceden cosas incómodas para “púberes” y “púberas”; por ejemplo; cuando uno se enferma lo siguen llevando al pediatra, sin pensar que ya nos sentíamos bastante idiotas sentados en camillas con monitos para que más encima el médico te hable como si fueras retardado, usando los mismos términos y tonos que utilizaba cuando tenías cinco años y, más encima, dejando la puerta del box abierta como si uno no tuviera nada que esconder... ¡Y sí hay cosas que uno quiere esconder!.

Y los hombres escuchan al médico hablar con su mamá de mutaciones en sus porciones pudendas, de los cambios y situaciones que pueden llegar a suceder, mientras ella pone una cara que mezcla un interés fingido y un ¡Yo no quería saber!… ¡Por qué la mamá tiene que hablar con el médico de esas cosas tan personales para el púber!

Mientras las mujeres somos víctimas de nuestras madres, que nos hablan con tono cómplice acerca de lo que vendrá, todos esos guácale que uno NO QUERÍA TENER y ellas lo plantean como si fuera lo más lindo del mundo… “la niñita se va a hacer mujer”. Las mamás y las tías empezaban a regalarnos sostenes formadores con monitos y florcitas para que fuera menos dramático usarlos, desodorantes de los olores más ricos para que nos desarrolláramos como mujercitas limpias y de buenas costumbres.

¡Todo el mundo está pendiente del desarrollo del púber!... ¡Y el púber sólo quiere que nadie lo mire, que nadie lo analice, que nadie hable de las cosas que le están apareciendo… “los bellitos”… “que le crece esto”, “que cambia aquello”!...

Podría decirse, en las mujeres, que las púberes se dividen entre las que quieren pasar escondidas un par de años porque se sienten como una oruga antes de ser mariposa y aquellas que quieren ser grandes rápido para poder hacer COSAS DE GRANDE… Siempre ha existido la precocidad en aquellos temas.

Mientras los púberes masculinos, suelen tener una incipiente pelusilla que hace que la zona del bigote se vea “verde”, hablan con gallitos, tienen olores raros y están todo el día pensando en tetas, tetas, tetas… Y riéndose como Beavis and Buthead de estupideces en doble sentido… Definitivamente la edad del Pavo.

Los papás y los tíos les regalan sus primeros desodorantres, perfumes y, por supuesto, su primera crema de afeitar. Y es típico que se sacan una foto de la primera afeitada, con cara de pendejo orgulloso y feliz… “Al fin soy un hombre”.

Era la edad del Patito feo… Para las mujeres el inicio del martirio de la depilación que era dolor para el cuerpo pero miel para el corazón y la autoestima… Por fin podríamos caminar con seguridad con calcetines con nuestras piernas suaves y tersas… Sin pelos. Por fin podríamos conversar con alguien del sexo opuesto sin tener la idea de que nuestro interlocutor tenía su mirada fija en nuestro “bigotillo”… Sentíamos una especie de liberación y de renovada dignidad.

Nosotras andábamos con cambios de humor, escuchando música depre o bailando frente al espejo como locas desatadas, manteniendo largas conversaciones con las amigas, haciendo pijama partyes en los que veíamos películas, jugábamos y comíamos como bestias, mientras ellos hacían deporte, veían revistas porno y ya no querían jugar a las escondidas ni a la pinta… Todo se reducía al intento de jugar a cosas con besos (EJEMMMM) o en las que se pudiera llegar a tocar accidentalmente ALGO del cuerpo de sus otrora “amiguitas”.

Después de un tiempo las cosas cambiaban… las deformidades empezaban a ceder y hombres y mujeres volvíamos a ser armónicos… Bueno… Algunos. Y venían las primeras fiestas… ¿Quién podría olvidar las clásicas fiestas de colegio?... Esas que típicamente se hacían en el gimnasio y eran como una versión freaky de los hipódromos… Podríamos llamarlo… “El huevonódromo”… Donde los hombres daban vueeeeltas y vueeeltas al gimnasio mirando a las niñas, eligiendo y dándose fuerzas para sacar a bailar, mientras las mujeres hacíamos el rol de yeguas en exhibición… Faltaba poco para que se acercaran a ver si teníamos bien puestas las herraduras y nos abrieran la boca para revisarnos los dientes… Y uno a esas alturas no tenía conciencia de la ansiedad que producía en los hombres recorrer el huevonódromo… Que se trataba de un permanente desafío y una competencia… Atreverse a sacar a bailar… Ser capaces de resistir un “No” de una niña linda que los mirara con cara de oliendo “Pun”, como estuviera frente a un adefesio… Y mantener la autoestima y la fortaleza para volver a intentarlo con otra. Era difícil para ambos géneros, pero tenía un "dejo" de emoción... Por algo lo seguíamos haciendo.

El desafío máximo para ellos era estar bailando con alguien al momento de los lentos para ver si podían sacar un “atraque” o al menos una bajadita de manos. Mientras la misión de las mujeres… bueno… de algunas… era mantener la distancia necesaria poniendo los codos entre medio, tener plena conciencia de en qué lugar se encontraban las manos del compañero de baile, tener la cabeza bien para el lado para no llegar a tener un roce y, por supuesto… pensar en otra cosa para evitar la tentación… Había que cuidarse de que ¡nadie pudiera decir que uno era una pequeña maraquilla!... Eso era lo peor.

La técnica femenina para captar la atención era estar bailando como Miss diecisiete, con cara de felicidad y entretenimiento máximo aunque uno lo estuviera pasando como las reverendas o, de frentón (y esto no tenía nada de técnico) la otra alternativa era sentarse con cara de culo en algún escalón de la gradería del gimnasio para que nadie se acercara, mirar bestialmente a cualquiera que cruzara miradas con uno y odiar abiertamente a quien se aprovechara de aquel estado de aburrimiento extremo para abordarla con preguntas huevonas.
Hoy los carretes han cambiado y las técnicas son otras. Claramente, algunos se han quedado atrapados en el huevonódromo de la vida... Jajaja... ¡Quizás es momento de salir!