Vistas de página en total

PASABA

Bienvenidos


lunes, 10 de noviembre de 2014

ROLLEANDO A LOS 36

Publicado en Witty.la
“Te falta una friega con el carnet”, “ese es un deporte para jóvenes”, “¿Por qué no buscas algo menos riesgoso para ti?” Son los comentarios que más frecuentemente he escuchado en el último mes. Todo en relación a mi irracional y tardía incursión en el mundo de los rollers.
Cuando chica siempre tuve problemas de equilibrio y en mi familia no hubo gran interés por los deportes, razones por las cuales nunca aprendí a andar en bicicleta, no logré aprender a hacer la rueda ni la posición invertida, ni menos a manejarme con paletas, ni hablar de deportes con pelotas. Me salvaba en educación física que tenía buena resistencia, corría, era coordinada y buena para bailar.
En la crisis de los 36 (la acabo de inventar), he tenido la necesidad de hacer cosas que nunca me había atrevido a hacer y, a partir de la iniciativa de unas amigas que quisieron comenzar a salir a andar en patines en línea los domingo en las “ciclo-recreo-vías”, tomé la decisión de volver a patinar, tras 24 años de no haberlo hecho. Irreflexivamente pero con gran entusiasmo, me compré unos rollers y, obviamente protecciones para las manos, casco, rodilleras y coderas. Practiqué una tarde en una callecita cerca de la casa de mis papás un Sábado, tolerando las caídas hasta lograr una performance mínimamente digna y partí ese mismo domingo a andar por la Costanera con nuestro “team rider”. Estando ahí, me di cuenta de que no era llegar y tener el equilibrio que se tenía a los 12 y que los patines en línea se mandan solos y son bastante diferentes a los de 4 ruedas.
Resumiendo la experiencia, deben haber sido, al menos 12 costalazos en el camino de ida y vuelta entre Lyon y Bellas Artes. La gente hacía exclamaciones, me preguntaban si estaba bien y yo, al estilo “Duro de matar” (antigua película ochentera-noventera), ponía buena cara y me paraba como podía y con aquella digna actitud de “sóbate pa callao”, volvía a patinar. Claramente la falta de reflexividad al respecto y mi actitud arrojada trajeron consecuencias nefastas, ya que yo no sabía frenar (y aun no logro hacerlo completamente), ni tampoco me manejaba bien para doblar. Me caí arriba del hijo de una amiga que andaba en su bicicleta y también sobre un carrito en el que iba una guagua durmiendo; me fracturé dos costillas, traumé a un niño, desperté a una guagua y aterroricé a su padre. Terminé con tantos moretones y tan pero tan oscuros (debido al golpe sobre golpe) que, al ir al médico noté que la Doctora intentaba indagar si yo era víctima de violencia intrafamiliar y tuve que aguantar que la tecnóloga médica me dijera que eso me pasaba por “andar haciendo cosas de niña”… Entendiendo que con ese comentario quiso decirme vieja.
Perseverante esperé que cediera un poco el dolor y tomé clases de roller con un estudiante universitario que patina increíble y tiene harta paciencia. Comencé a aprender y practicar. Obviamente, en todas las pistas de patinaje me encontraba sólo con niños, adolescentes y adolescentes tardíos cercanos a los 30 practicando patinaje artístico, skate y otras cosas; lo que me hacía sentir aun más inadecuada. Lo más terrorífico, fue patinar entre medio de un equipo de “Roller Derby”; andaban a toda velocidad con una destreza impresionante, con cara de rudas y llenas de tatuajes, mientras yo me sentía ridícula tratando de mantener el equilibrio y frenar para no chocar con ellas; hasta que, por consideración, decidí dejar la práctica de ese día y dejarles la pista libre. Cada vez que salía de un ensayo y me despedía de “los cabros” con los que había conversado, me dolía el alma al decirles “chao, que estén bien” y recibir de vuelta un “usted también” (cabros de mierrr).
“Volví a la calle” (que rudo suena) el Domingo pasado. Todo anduvo mejor; esta vez fueron sólo 4 caídas, dos de ellas por no poder frenar. Tuve que tolerar que de un auto me gritaran “huachita le compro el freno” y la sensación de ser un desastre. Lamentablemente volví a lesionarme, esta vez fue un desgarro en el hombro por caer de guata con el brazo estirado. Ahora me estoy recuperando, pensando en cómo miéchica aprender a frenar y dudando si seguir intentándolo o hacerle caso a todos aquellos que me dicen “hay que hacerse una friega con el carnet”.